Hace poco recibí la visita de una mujer de mediana edad en proceso de separación, la cual, había vivido toda una vida sometida a los deseos y exigencias de su pareja. Maltratada psicológicamente, no se veía a sí misma, no tenía proyecto propio, tan solo le veía a él, tan solo vivía para el proyecto de él. Orientada hacia el otro, ni siquiera podía atender a sus hijos, porque para empezar, no los veía como propios. Ella era la sexta o séptima persona más importante de su vida. Delante; el marido, los hijos, sus padres…
Tras la ruptura y el consiguiente proceso de reconstrucción del lugar que ocupaba ella en su vida, no podía evitar sentir culpa al encargarse de sí misma y trataba de paliar ésta a través del cuidado de los hijos. Algo que, en el fondo, ocultaba una profunda dificultad de encargarse de ella misma más allá de alimentarse y respirar. Un cuidado que no solo no paliaba su culpa sino que no lograba ofrecer a sus niños el cuidado, la paciencia y la vitalidad que requerían.
Un buen día salió en sesión la metáfora del avión y de cómo, en la explicación del auxiliar de vuelo se explica que en caso de despresurización de la cabina, de modo automático, desciende una mascarilla por cada asiento y que en caso de que se viaje con un niño, lo primero que se debe hacer es ponerse la mascarilla a uno mismo para ponérsela, después, al niño. Eso asegura en gran medida la supervivencia de ambos, ya que si por el contrario tratamos de poner la mascarilla al menor, podemos marearnos, desmayarnos y al final, acabar ambos sin mascarilla, con el riesgo que eso conlleva.
Y es que el egocentrismo está muy mal visto. Lo vemos como antagónico de cuidar del otro. Como dos caminos que no se cruzan nunca. Atenderse a sí mismo, cuidarse, conocerse o satisfacer las necesidades propias queda colocado en el cajón de la psicopatía, el narcisismo o la más pura de las maldades. Sin embargo, la mayoría de personas que acuden a terapia por ataques de pánico, depresión, relaciones de dependencia, separación, nido vacío o trastornos de personalidad comparten algo fundamental. El haberse olvidado de sí mismos. El haberse apartado del centro del escenario de sus vidas. El haber colocado delante a los demás, lo que los demás quieren para mí, lo que debo hacer según las reglas o la imagen que debo dar.
Renunciar a uno mismo para atender al otro suele llevar a que ni uno ni otro respiren. El primero, por estar preocupado en el bienestar del otro y el segundo porque percibe su vida como un préstamo del primero, algo que le lleva a dos opciones, decepcionarle o enorgullecerle.
El egocentrismo como ejercicio de ser el centro de la propia vida no es un gesto egoísta sino, probablemente, el primero de los pasos para poder ver al otro como otro y no como una extensión de uno mismo.
Que tengas un buen viaje.
Fermín Luquin
Qué buen artículo, es una muy buena metáfora