Al nacer Narciso, Teresías predijo que viviría muchos años, “si bien nunca llegaría a conocerse a sí mismo”.
Al ser tan bello era deseado por todos, pero él, engreído en su superioridad, los rechazaba sistemáticamente, creyendo que solo podría enamorarse de una divinidad. Hasta que un día yendo de cacería por el bosque perdió a sus amigos y empezó a gritar:
– ¿Hay alguien por ahí?
Y oyó una voz que decía:
– por aquí…
Esta voz era la de Eco, la ninfa castigada a carecer de voz propia y repetir solo las últimas palabras que llegaban a sus oídos. Eco era incapaz de hablar por sí misma. Estaba privada de tener discurso propio, pero no de tener sentimientos propios y Eco se había enamorado de Narciso. Escondida en el bosque estaba esperando la ocasión para encontrarse con él, hasta que ésta se produjo.
Narciso siguió preguntando: – ¿Estás aquí a mi lado?
Y Eco respondió: – A mi lado.
Entonces, dijo Narciso: – Acércate.
Y Eco repitió: – Acércate.
– Juntémonos-, exclamó Narciso.
A lo que Eco respondió: – Juntémonos.
Estas palabras dieron a Eco el pretexto para salir de su escondite tras los árboles y echarse al cuello de Narciso para besarle, el cual, al verla, la rechazó como hacía con todo el mundo. Eco, desconsolada, se escondió de nuevo en el bosque para pasar el duelo, languideciendo poco a poco hasta convertirse en las rocas que repiten el eco de la voz.
La diosa Juno, creyendo injusto el castigo del rechazo amoroso que había infringido a Eco, le condenó a sentir lo mismo que sintió ella al ser rechazada. Se sintió solo y perdido y llevado por la sed se acercó a una fuente de agua cristalina. Descubriendo su imagen se enamoró de ella. Y acercándose más y más acabó por ahogarse en el agua que le devolvía la imagen, convirtiéndose en la flor que lleva su nombre, el Narciso.
Miriam acude a su primera sesión ansiosa. Dice que lleva tiempo sin encontrase bien en su relación. Que quiere dejarla pero que no puede. Confiesa que ha dado mucho y que siente que ha recibido más bien poco. Al recordar su historia de pareja se pone a llorar. Al mirar atrás siente que sus renuncias no han sido devueltas. Abatida, comenta que lleva años acompañada, pero sola. Sin sentirse reconocida por su pareja y sin poder quererse a sí misma. Sin voz. No se siente maltratada pero tampoco escuchada. Ha dado todo y ahora ella, no tiene nada. Pese a reconocer que la relación nunca fue bien, siente esta soledad desde que sus hijos se están haciendo mayores. “Él para mí lo es todo y yo para él no soy nadie”. –Y tú, ¿para ti? –pregunto. “¿Para mí? No me conozco. No sé qué quiero. Estoy hecha un lío. Quiero hacer algo, quiero hablar con él, o separarme, pero no sé qué me pasa. Cuando llego a casa, cuando me encuentro con él, no me sale la voz. El ha sido mi mundo y ahora me doy cuenta que en este mundo yo no estoy, no existo”.
Este tipo de relación se da en muchas parejas, donde uno funciona como Narciso y el otro como Eco, donde uno es narcisista y el otro dependiente.
El narcisista, que solo se ve a sí mismo, tiene dificultades en percibir al otro como sujeto con voz propia. No le otorga identidad ni derechos. Lo percibe como un objeto destinado a devolverle un reflejo de su grandiosidad. Esto no le permite tener relaciones íntimas, viviendo por tanto solo consigo mismo, y queriéndose en función de la admiración especular del otro.
Esta historia la comparte el dependiente que sintiendo que no tiene voz propia se siente luna, necesitando un sol que le ilumine para ser visto. Sin luz propia, entiende que su existencia depende de un sol. Y cuánto más ilumine el sol, más existirá. Así, asume su función de objeto y no de sujeto y se supedita a una relación muchas veces equilibrada con funciones adyacentes (trabajo, hijos, cuidado de padres o suegros…). La trampa está servida y tan pronto el enamoramiento se disipe o las funciones adyacentes desaparezcan, aparecerá la crisis. La maldición del narcisista es no poder mostrarse débil y la del dependiente es no poder sentirse fuerte. Atados y unidos como en una moneda con dos caras, obligándoles a estar juntos pero sin poder tocarse. Dependiendo el uno del otro sin poder ser ellos mismos.
Es aquí, donde hay quien elige un proceso de terapia individual o conyugal para trascender el juego patológico. Una ocasión para destapar lo no dicho, reconstruir la historia y comenzar un proceso de reconocimiento mutuo que permita a ambos constituirse como sujetos, manteniendo una relación conyugal, o no.
Fermín Luquin
Un narcisista puede cambiar con el paso de tiempo ???
Claro que puede cambiar. Son estilos de personalidad y como tales, cuesta algo más de esfuerzo y de toma de conciencia que otros problemas psicológicos, pero puede cambiar. Reconocerse a sí misso sin necesidad del espejo social. Quererse porque es y no por lo que proyecta es el quid de la cuestión.