Recientemente una cliente me ha hecho pensar sobre este tema. La veo, me inspira cercanía, comprensión… y al principio la veía con bastante sufrimiento. Le oía decir “que no daba la talla”. Es extraño, ¿qué significa eso?, ¿cómo que no da la talla?, ¿no la da para qué? o ¿para quién?
Es difícil vivir montado en la perfección. Algunas veces puede parecer que controlamos tanto que nos ilusionarnos con casi rozarla, pero no es así… se escapa. La perfección no está hecha para los mundanos como nosotros.
Y veo que al intentar alcanzarla, algunos pueden perderse de vista.
A veces, al desperdiciar partes de nosotros mismos que no nos gustan, al rechazarlas y reprocharlas, aún despiertan más y más a menudo. A veces, los intentos de control de todo aquello que hacemos o decimos pueden provocar más incomodidad, sufrimiento y culpa. Y, con todo ello, es difícil convivir. Parece que cuanto más nos esforzamos para que “eso” se marche, más presente se hace, más molesta, asoma incluso sin avisar, y siempre nos persigue.
Lo perfecto del perfeccionismo es que mientras me preocupo por ser perfecto, mientras estoy enfrascado en la revisión de todo lo que hago o digo, mientras le doy vueltas a lo que no me gusta y a lo que quiero que se esfume, no me ocupo de lo que me envuelve, de lo que me pasa, de lo que me asusta o de lo que me alegra. Mientras estoy sentado en “la silla del perfecto mañana” no tengo que ocuparme de vivir en “la silla del hoy”.
Y eso no significa que no podamos intentar mejorar o cambiar aquello que nos cause sufrimiento, pero quizás tengamos que hacerlo desde la aceptación y el cariño a nosotros mismos, desde el no perfeccionismo, desde el amor y desde la estima que nos tengamos.
Así, quizás podamos valorar si aquello que tanto rechazamos pueda “dar la talla” en otra ocasión o para otra cosa.
Marta Beranuy