Cuando los límites no funcionan…las las órdenes, los castigos, los horarios, las restricciones no son útiles. Y sentimos que a pesar de seguir los manuales al poner las normas, mostrarnos firmes, no discutir delante del niño, hacer equipo con nuestra pareja y consensuar la “legislación” y las “penas” en nuestro propio hogar no funcionan y se acumulan las preguntas. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué más podemos hacer? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Vayamos un poco más atrás para tomar algo de perspectiva. El niño no obedece. El orden en el hogar no es lo que debería ser. Pueden empezar los primeros suspensos, quizás alguna falta de respeto, insultos, pataletas, rabietas…Nos sentamos junto a nuestra pareja y pensamos. Pensamos que algo hacemos mal, o en positivo, que algo podemos hacer mejor. Vamos a una charla, leemos algo. Y nos hablan de los límites. Límites por aquí y por allá.
Vale, parece que lo tenemos claro. Vivimos en una sociedad donde la libertad se ha confundido con el libertinaje. Una sociedad donde las bases de fundamentación social se han difuminado. La familia no está exenta del problema. Los niños están perdidos y nosotros también. Es una especie de relativismo posmoderno en donde no hay referencias ni límites. Los niños necesitan límites. Normas. Consecuencias. Castigos claros y adecuados. Lo hemos leído y lo hemos entendido. Pero la cosa no está funcionando. De hecho va a peor. Y los profesionales y los artículos y libros vuelven a hablar de lo mismo. Ante el caos, el desorden, los suspensos y la falta de respeto hay una receta sencilla. LÍ-MI-TES
Ok, de acuerdo, los límites son importantes. Son una condición necesaria. Pero no suficiente. Es como hacer una tortilla de patatas solo con huevos. Los huevos son necesarios pero no suficientes. Vamos a necesitar patatas también. No nos olvidemos de las patatas. Que como es tan obvio, nos olvidamos. En este caso las patatas son el vínculo. Si no funcionan las cosas en casa y ponemos límites, el fallo está en el vínculo. Y si las cosas no tiran y hay vínculo, es que el problema está en los límites. Vale, es más complejo, pero es un buen resumen de dos líneas.
Y es que la autoridad no nace de los límites. Nunca llega desde allí. Se expresa con ellos pero la autoridad no nace allí. El inicio de la autoridad tiene que ver con que nos reconozcan como autoridad. Como alguien digno y legítimo de ella. La autoridad se gana, se otorga por el otro. Y se da a quien nos ama no a quien nos fuerza. Primero vinculo. Siempre primero el vínculo. Una vez somos autoridad podemos mandar. No antes. Nunca antes.
Si queremos que funcionen los límites tenemos que colocarlos sobre un buen manto de vínculo. De afecto. Con los niños y adolescentes el juego puede servir. Jugar más. Jugar mejor. Escuchar. Preguntar. Chocolate, comida, cine, también, y pescar. Pasear, el deporte, las compras o pintarnos las uñas. El niño a veces llama la atención porque necesita limites, otras veces lo hace pidiendo afecto. No te olvides de los límites. Pero tampoco del vínculo. Y todo empezará a funcionar de nuevo.
Fermín Luquin